La burguesía ha desarrollado, a lo largo de la historia, un papel verdaderamente revolucionario. Donde quiera que se instauró, echó por tierra todas las instituciones feudales, patriarcales e idílicas. Desgarró implacablemente los abigarrados lazos feudales que unían al hombre con sus superiores naturales y no dejó en pie más vínculo que el del interés escueto, el del dinero contante y sonante, que no tiene entrañas. Echó por encima del santo temor de Dios, de la devoción mística y piadosa, del ardor caballeresco y la tímida melancolía del buen burgués, el jarro de agua helada de sus cálculos egoístas. Enterró la dignidad personal bajo el dinero y redujo todas aquellas innúmeras libertades escrituradas y bien adquiridas a una única libertad: la libertad ilimitada de comerciar. Sustituyó, para decirlo de una vez, un régimen de explotación, velado por los caudales de las ilusiones políticas y religiosas, por un régimen franco, descarado, directo, escueto, de explotación (…).
La burguesía, al explotar el mercado mundial, da a la producción y al consumo de todos los países un sello cosmopolita. Entre los lamentos de los reaccionarios destruye los cimientos nacionales de la industria. Las viejas industrias nacionales se vienen a tierra, arrolladas por otras nuevas, por industrias que ya no transforman como antes las materias primas del país, sino las traídas de los climas más lejanos y cuyos productos encuentran salida no solo dentro de las fronteras, sino en todas las partes del mundo (…).
La burguesía somete el campo al imperio de la ciudad. Crea ciudades enormes, intensifica la población urbana en una fuerte proporción respecto a la campesina y arranca a una parte considerable de la gente del campo al cretinismo de la vida rural.
MARX, K. y ENGELS F.: El Manifiesto Comunista, 1848.
La burguesía, al explotar el mercado mundial, da a la producción y al consumo de todos los países un sello cosmopolita. Entre los lamentos de los reaccionarios destruye los cimientos nacionales de la industria. Las viejas industrias nacionales se vienen a tierra, arrolladas por otras nuevas, por industrias que ya no transforman como antes las materias primas del país, sino las traídas de los climas más lejanos y cuyos productos encuentran salida no solo dentro de las fronteras, sino en todas las partes del mundo (…).
La burguesía somete el campo al imperio de la ciudad. Crea ciudades enormes, intensifica la población urbana en una fuerte proporción respecto a la campesina y arranca a una parte considerable de la gente del campo al cretinismo de la vida rural.
MARX, K. y ENGELS F.: El Manifiesto Comunista, 1848.
La precariedad del obrero.
Cuando estuve en Oxford Road, Manchester, observé la salida de los trabajadores cuando abandonaban la fábrica a las doce de la mañana. Los niños, en su casi totalidad, tenían aspecto enfermizo; eran pequeños, enclenques e iban descalzos. Muchos parecían no tener más de siete años. Los hombres, en su mayoría de 16 a 25 años, estaban casi tan pálidos y delgados como los niños. Las mujeres eran las de apariencia más saludable, aunque no vi ninguna de aspecto lozano. Sin embargo y por comparación a otras, quedé sorprendido del marcado contraste entre esta y la salida de una fábrica de paños. Aquí no quedaba nadie de los robustos bataneros, los fornidos canilleros, los sucios pero alegres despiezadores. Aquí vi, o creí ver, una raza degenerada, seres humanos achaparrados, debilitados y depravados, hombres y mujeres que no llegarán a ancianos, niños que nunca serán adultos sanos. Era un espectáculo lúgubre.
Hablando después con el propietario de una fábrica, este consideraba las malas costumbres del Manchester pobre, y la miseria de sus habitaciones mucho más culpables de la debilidad y de la salud enfermiza de los obreros que el confinamiento en las fábricas; y de él, y de otras fuentes de información, se deduce que las clases obreras de esta población eran más disipadas y estaban peor alimentadas, albergadas y vestidas que las de las ciudades de Yorkshire. A pesar de ello, sin embargo, estoy convencido de que, independientemente de los vicios morales y domésticos, el prolongado trabajo en las fábricas, la necesidad de descanso, la vergonzosa reducción de los intervalos de comidas, y especialmente el trabajo prematuro de los niños, reduce grandemente la salud y el vigor, y es causa del miserable aspecto de los obreros.
THACKRAH: The effects of arts, trades and professions, and of civil states and habit of living,
on health and longevity. En ARTOLA, M.: Textos fundamentales para la Historia. Madrid,
Alianza Editorial, 1979.
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